¿Por qué nos desajustamos tanto?
Existe una disciplina dedicada precisamente a estudiar los ritmos biológicos, la cronobiología. Estamos hechos de tiempo, pero no solo porque midamos nuestra vida en años o nuestros días en horas y minutos. Nuestro organismo sigue un ritmo para muchas de sus funciones: el diario o circadiano como el de sueño y vigilia, el infradiano como la menstruación en las mujeres o el ultradiano, como el que marca el ritmo de alimentación y sueño en un recién nacido.
Para marcar ese ritmo contamos con tres relojes: uno interno, alojado en nuestro cerebro para dirigir todos los ciclos orgánicos, y otros dos externos que se rigen por la naturaleza (el sol) o por la sociedad (la hora establecida). Todos deberían ir al compás pero existen diferentes elementos, como el cambio de hora, que juegan en contra de su correcta sincronización.
María de los Ángeles Rol de Lama, codirectora del Laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Murcia, explica cómo nuestro cuerpo se pone en hora cada día: «El reloj biológico, que está en el núcleo supraquiasmático del hipotálamo, es como un viejo reloj de cuerda, y tiene un ritmo propio que es un poco más largo de las 24 horas, por eso necesita reajustarse cada día». Para ello emplea los llamados sincronizadores.
Sin duda la luz es el sincronizador de mayor fuerza. Por sí sola tiene la capacidad de mover el reloj y adelantarlo o retrasarlo, si bien no todas las fuentes de luz tienen la misma capacidad de informar al reloj biológico para conseguir ese efecto.
Fuente: Elmundo.es