El pasado 4 de junio, se conmemoró el Día Mundial de la Fertilidad, una efeméride que busca dar relevancia problemas que son cada vez más frecuentes en la población, brindar información acerca de cuándo es el momento indicado para comenzar las consultas con un especialista y exponer una realidad cotidiana para que aquellos que se encuentran en esta situación sepan que no están solos.
En estos tiempos, la maternidad y la paternidad se han retrasado para priorizar la concreción de otros proyectos personales o profesionales, presuponiendo que cuando se considere “oportuno” no habrá inconvenientes para lograr el embarazo. Sin embargo, muchas veces ese camino puede tornarse difícil de transitar. La infertilidad es un problema que afecta entre el 15% y el 20% de la población, conceptualizada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como “una enfermedad del sistema reproductivo definida por la imposibilidad de lograr un embarazo clínico después de doce meses o más de las relaciones sexuales sin protección regular.” Debemos diferenciar, por un lado, la infertilidad primaria cuando una pareja no logra tener un hijo, ya sea porque no se produce la concepción o por la incapacidad de poder culminar un embarazo con el nacimiento de un bebe vivo; y por el otro, la infertilidad secundaria cuando luego de haber tenido un hijo no se logra un nuevo embarazo o la culminación del mismo con un bebe vivo.
La ilusión se convierte en frustración
Las causas de infertilidad pueden ser femeninas, masculinas, mixtas o sin causa aparente. Cuando el deseo de ser padres se ve frustrado, este impacto provoca una crisis, que puede ser individual en quien recae el diagnóstico o vincular a nivel de pareja, lo que implica un duelo que vuelve más estricta la intimidad. Cada menstruación alterna entre ilusión y desilusión, en duelos invisibles y silenciosos por la “pérdida” de ese hijo fantaseado. La sorpresa de saber que no van a poder ser padres por “métodos naturales”, o que para poder serlo deberán concurrir a varios profesionales, provoca en la persona sentimientos de frustración por no poder ver cumplido su deseo, y esa sensación de fracaso se acompaña de una sintomatología característica asociada a la infertilidad. Digamos que se trata de una herida narcisista que induce a un deterioro de la identidad, provocando sentimientos negativos como la culpa (por haber retrasado la maternidad o ser quien presenta el problema), el miedo (¿y ahora qué hacemos?), la frustración y el aislamiento social.
La pareja que presenta el diagnóstico de infertilidad vive sumida en una montaña rusa de emociones: siente enojo, preocupación y envidia por quienes han logrado concebir hijos de manera natural. Las creencias ampliamente difundidas en la sociedad indican que la maternidad es la esencia femenina, el matrimonio conlleva hijos y la virilidad concierne a la capacidad reproductiva. Por lo que no poder tener hijos de “forma natural” es una herida contra nuestras expectativas y autoestima. Cualquiera sea el motivo por el cual no se consigue un embarazo, se vivencia como una amenaza a los proyectos de vida; las parejas sufren, en mayor o menor medida, períodos de estrés, angustia y ansiedad. Además, la relación con su entorno se ve modificada, generalmente, adquieren conductas de aislamiento e intentan evitar situaciones en donde haya bebes o mujeres embarazadas.Así es que la manera de transitar este momento dependerá de los recursos psíquicos y emocionales con los que cuenten ambos integrantes. Es importante mencionar que la sexualidad también se vuelve vulnerable: se pierde espontaneidad y privacidad, se medicaliza el placer como consecuencia del diagnóstico de infertilidad y los tratamientos reproductivos.
¿Qué ocurre cuando se produce un aborto?
La pareja que tuvo un aborto transita por un proceso de duelo por el bebé que no nace, independientemente de las semanas de gestación. Las ilusiones, lo idealizado y lo imaginado para ese hijo trunca los planes futuros de familia. Podemos encontrarnos con sentimientos de vacío, alteraciones en el apetito, deseo sexual, mucho sueño, hostilidad, tristeza, inquietud, fatiga, preocupación, culpa, reproches y pensamientos recurrentes acerca de la pérdida,que en ocasiones desencadenan baja autoestima, depresión y otras consecuencias psicológicas.
Ante la posibilidad de un nuevo embarazo, el miedo es la emoción predominante dado que se cuestionan si podrán llegar a término, viviendo cada estudio o control con un alto grado de estrés y ansiedad. La sensación de confianza cambia al haber transcurrido por un aborto temprano: la pregunta que sobrevuela siempre es “¿por qué yo no puedo tener hijos fácilmente?”. Aun así, la resiliencia de las parejas también forma parte de este proceso, ya que logran sobreponerse a las adversidades y muchas veces salir fortalecidos. Los resilientes asumen el compromiso de enfrentar esta crisis que supone la infertilidad apoyándose mutuamente, colaborando y estando juntos en épocas difíciles, al mismo tiempo respetando las diferencias, los límites y las distancias.
Por todo lo antepuesto, es fundamental la ayuda terapéutica, pues la problemática de la infertilidad requiere un abordaje integral que contemple tanto aspectos médicos como psicológicos. Conocimientos necesarios que un terapeuta debe saber son el funcionamiento de sistema hormonal, la reproducción humana, los aspectos sociales y culturales, la legislación actual, las técnicas para reducir el estrés y poder canalizar miedos, y el acompañamiento en momentos cruciales como ser el diagnóstico y la elección del tratamiento. Tener un hijo supone un cambio en la vida de pareja, debe integrarse con éxito y adaptarse mutuamente. No poder tenerlo de “manera natural” es una herida contra nuestras expectativas y autoestima, que es necesario abordar y trabajar con psicólogos especializados.
Por Lic. Yannina Otero / Revista Hola Salud.