Hoy en nuestro espacio de ciencia y tecnología nos proponemos poner bajo la lupa una técnica que año a año salva miles de vidas en el mundo: la radioterapia.
La radioterapia, una técnica clave en el tratamiento del cáncer, tiene sus orígenes a finales del siglo XIX, tras el descubrimiento de los rayos X por Wilhelm Conrad Roentgen en 1895. Este hallazgo revolucionario permitió observar el interior del cuerpo humano sin necesidad de cirugía. Poco después, en 1898, Marie y Pierre Curie descubrieron el radio, un elemento radiactivo que emitía radiación continua.
El potencial de la radiación para tratar enfermedades se reconoció rápidamente. En 1896, solo un año después del descubrimiento de Roentgen, se realizaron los primeros tratamientos experimentales con rayos X para tratar diversos problemas médicos, incluyendo tumores cutáneos. Sin embargo, la radioterapia como disciplina médica no se consolidó hasta varias décadas después, cuando se comprendieron mejor los efectos biológicos de la radiación y se desarrollaron tecnologías más precisas para su administración.
En las primeras décadas del siglo XX, el uso de la radioterapia se expandió gracias a los avances en la física y la ingeniería, que permitieron la construcción de máquinas de rayos X más potentes y la creación de equipos que podían administrar dosis controladas de radiación. En 1930, se introdujo el uso del cobalto-60 y del cesio-137, isótopos radiactivos que ofrecían una fuente más precisa y potente de radiación.
La radioterapia ha evolucionado significativamente desde sus inicios. Los avances tecnológicos han llevado al desarrollo de técnicas como la radioterapia conformada, la radioterapia de intensidad modulada (IMRT) y la radioterapia estereotáctica, que permiten administrar dosis altas de radiación con gran precisión, minimizando el daño a los tejidos sanos circundantes.
