¿Alguna vez te preguntaste quién inventó los inyectables? ¿Y en qué se basa su mecanismo? ¿cómo fue que se llegó a crear su accionar? Hoy vamos a hablar de eso.
Está más que claro que el inyectable revolucionó la medicina. Porque permitió que los fármacos llegaran de forma rápida y directa al organismo. Pero, ¿de dónde vienen? Su origen se remonta al siglo XIX, cuando en 1853 el médico escocés Alexander Wood y, casi en paralelo, el francés Charles Pravaz desarrollaron la primera aguja hipodérmica capaz de atravesar la piel e introducir sustancias con precisión. Este invento abrió un camino decisivo: por primera vez se podían administrar dosis controladas de manera inmediata, algo imposible con métodos orales o tópicos.
Desde entonces, la evolución fue constante. A fines del siglo XIX comenzaron a producirse jeringas de vidrio reutilizables, que se esterilizaban antes de cada uso. Con el tiempo, se incorporaron mejoras en el diseño de las agujas para reducir el dolor y evitar infecciones.
El gran salto llegó a mediados del siglo XX, con la aparición de las jeringas descartables de plástico, que multiplicaron la seguridad y la accesibilidad del procedimiento.
Hoy existen inyectables de aplicación subcutánea, intramuscular o intravenosa, e incluso dispositivos autoinyectables que facilitan el tratamiento de enfermedades crónicas, como la diabetes o la esclerosis múltiple.