¿Alguna vez te pusiste a pensar que la invención de la heladera transformó la historia de la salud para siempre? Y es que introdujo un control confiable y accesible de la conservación de alimentos y eso repercutió directamente en la sanidad de las personas.
Antes de su aparición, la población dependía de métodos como la salazón, el ahumado o los pozos de hielo, que no siempre garantizaban inocuidad. En ese contexto, la proliferación de bacterias en carnes, lácteos y otros productos frescos era una de las principales causas de enfermedades gastrointestinales e intoxicaciones masivas.
Pero con la llegada de la refrigeración mediante la heladera fue posible mantener los alimentos a temperaturas que inhiben el crecimiento microbiano, reduciendo drásticamente infecciones y brotes transmitidos por comidas en mal estado.
Más allá de la comida, la heladera también cambió la forma en que se almacenan y distribuyen medicamentos y vacunas, permitiendo mantener la “cadena de frío” y asegurar su eficacia. Esto fue clave en campañas de inmunización y en el desarrollo de sistemas de salud modernos.
Además, abrió la puerta a una nutrición más variada y segura: permitió incorporar frutas, verduras y proteínas frescas a la dieta diaria sin riesgo de descomposición rápida.

