Hace más de 30 años se comenzó a hablar de la asociación entre consumo de alcohol y trastorno alimentario. Sin embargo, no es hasta 2008 cuando se empieza a hablar de
drunkorexia o alcohorexia, un coloquialismo que resulta conflictivo entre el entorno científico.
“Es espectacular pero poco riguroso”, comenta Hugo López, vicepresidente segundo de la Sociedad Científica Española de Estudios sobre el Alcohol, el Alcoholismo y otras Toxicomanías (Socidrogalcohol).
En cualquier caso, este comportamiento se podría definir como “un trastorno de la conducta alimentaria sumado a un trastorno por consumo de sustancias en el que la persona deja de ingerir alimentos para consumir bebidas alcohólicas”, explica Sintá Gamonal Limcaoco, médica interna residente (MIR) de cuarto año en el Complejo Asistencial Universitario de Salamanca y una de las participantes en el curso Patología dual para residentes de psiquiatría, celebrado en el último congreso de la Sociedad Española de Patología Dual (SEPD).
Señales y hábitos
La mal llamada alcohorexia se asocia a los síntomas que suelen darse en anorexia o bulimia y alcoholismo, pero en conjunto. “Por parte de trastorno de conducta alimentaria tipo anorexia encontramos bajo peso y preocupación por ganar kilos, distorsión de la imagen corporal, restricción de la ingesta de alimentos y compensación de calorías con un aumento de ejercicio físico o inducción del vómito”, indica López, también médico psiquiatra de la Unidad de Conductas Adictivas del Hospital Clínico de Barcelona.
El experto también perfila los síntomas de un trastorno por consumo de alcohol: “Predomina el consumo prácticamente a diario o en grandes cantidades de bebidas alcohólicas y en poco tiempo (consumo por atracón). También existe la tendencia a abandonar actividades placenteras u obligaciones, invertir mucho tiempo en beber o recuperarse de sus efectos, beber cantidades más importantes de lo previsto o tener problemas derivados del consumo: multas, peleas, discusiones familiares, enfermedades médicas o trastornos mentales”.
Desde su punto de vista, el alcoholismo también puede combinarse con bulimia nerviosa, donde predominan atracones de comida de forma impulsiva con sentimiento de culpa posterior y compensaciones, sobre todo en forma de vómitos autoinducidos. Gamonal añade entre los comportamientos habituales de aquellas personas que padecen estos trastornos combinados: evitar los alimentos con calorías, episodios de ayuno intermitente, la realización de ejercicio físico de forma intensa, previa o posterior al consumo del alcohol y el uso de laxantes o diuréticos.
“Las personas que padecen este trastorno alimenticio sacrifican el consumo de alimentos por el del alcohol para reducir su peso”, aclara Gamonal. Según su experiencia, los motivos por los que se consume alcohol, sobre todo entre los jóvenes como población diana de este fenómeno, pueden ser:
- Motivos sociales: creer que el alcohol mejorará las interacciones sociales.
- Motivos de afrontamiento: beber con intenciones de disminuir efectos negativos, como la soledad, el aburrimiento, la tristeza, etc.
- Motivo de mejora: buscando aumentar el placer y el efecto positivo a través del consumo de alcohol.
- Motivos de conformidad: beber para encajar con los compañeros, cumplir con las expectativas sociales y los estándares de belleza.
Según Gamonal todas estas motivaciones plantean el círculo vicioso de este comportamiento, en el que los eventos de la vida motivan el consumo de alcohol y a su vez, a realizar conductas de compensación relacionados con los cánones sociales del momento.
¿Quiénes tienen mayor riesgo?
Diversos estudios y trabajos científicos realizados en torno a este trastorno indican la relación que tiene con factores como las alteraciones en la esfera afectiva, el comportamiento relacionado con los temores de maduración, las dificultades en la regulación de las emociones, la influencia social y la tendencia a cumplir con las normas de los grupos. Es decir, es más frecuente en la población joven.
“La coexistencia de ambos trastornos es más frecuente en mujeres jóvenes. No obstante, no hay datos específicos de cuántas personas podrían estar afectadas por estos dos trastornos. Sí que sabemos que entre el 5% y el 10% de la población tiene un trastorno por consumo de alcohol, y que de ese porcentaje un 6% podría padecer una anorexia y cerca de un 15% una bulimia nerviosa. Con lo que estaríamos hablando de menos del 2% de la población afectados por ambos trastornos. Aunque los datos no son muy fiables, ya que los estudios con los que contamos son bastante antiguos”, advierte López.
En cualquier caso, se trata de un problema que necesita ser atajado cuanto antes por sus repercusiones. Según datos aportados por Gamonal, entre los individuos de 18 a 24 años el alcohol provoca anualmente unas 1.700 muertes, 600.000 heridos, 700.000 agresiones físicas y 97.000 agresiones sexuales al año. La alcohorexia se une a estos datos como fuente de preocupación debido a los resultados negativos tanto inmediatos como a largo plazo que pueden implicar.
Entre ellos, pérdida de conocimiento, agresiones físicas o sexuales; alteraciones en la memoria y alteraciones cognitivas; deficiencias nutricionales, alteración de los procesos metabólicos, deterioro cognitivo y síntomas ansiosos y depresivos; además de consecuencias sociales, académicas, legales, problemas laborales o familiares.
Recomendaciones y pautas
Desde el punto de vista del portavoz de Socidrogalcohol, se trata de enfermedades en las que la salud física se puede ver comprometida. “Es importante realizar una buena evaluación médica y es imprescindible un tratamiento psicológico con un profesional de la psicología que realice intervenciones basadas en la evidencia científica. Y, en ocasiones, un especialista en nutrición también puede ayudar en el tratamiento”, afirma.
“Es muy importante formar a los adolescentes en el uso de formas más funcionales y adaptativas que les permitan manejar las emociones intensas y fuertes”, comenta la portavoz del Complejo Asistencial Universitario de Salamanca. En el caso de la alcohorexia, existen distintas fórmulas que pueden ayudar a disminuir esta práctica.
Por ejemplo, informar sobre sus consecuencias desde el punto de vista individual y sobre el entorno que rodea a jóvenes y adolescentes. Pero también aportándoles herramientas que les ayuden a aceptar señales emocionales y físicas sin sentirse amenazados o culpables. Debe estar siempre presente el fomento de hábitos de vida saludables, reducción de estrés y consejos para encontrar una red de contactos estable. No obstante, si fuese necesario, se podría aplicar una terapia cognitiva conductual junto con el empleo de fármacos.
Cuidate Plus / Farmanuario.