El mecanismo por el que respiramos parece a simple vista muy sencillo. Pero si lo ponemos bajo, esconde un complejo engranaje, vital para nuestra existencia.
La respiración se encarga de obtener oxigeno (O₂) del exterior para producir energía. Y también de eliminar el producto de desecho, el dióxido de carbono (CO₂).
Y cuando hacemos ejercicio, todo en nuestro cuerpo trabajo de forma más intensa. Y eso hace que consumamos más oxígeno y, por lo tanto, liberemos más CO₂.
¿Qué sucede, entonces? Si respiramos únicamente por la boca, como quizás nos parezca mejor, dado que a simple vista puede entrar más aire por la boca que por la nariz, corremos el riesgo de perder demasiado CO₂.
“De hecho, cuando nos quedamos sin aliento al hacer ejercicio, no es porque nuestros músculos se cansen, sino porque no están recibiendo bien el oxígeno al no tener suficiente CO₂ para el intercambio”, recoge el sitio BBC Mundo.
La evidencia científica, incluso, sugiere que la respiración exclusivamente nasal “es factible para la mayoría de las personas en niveles moderados de ejercicio aeróbico sin una adaptación específica, y que este enfoque de respiración también se puede lograr durante niveles intensos de ejercicio aeróbico”.
No obstante, existen dos excepciones: yoga y pilates. En estas dos modalidades, la respiración, que implica inspirar por la nariz y expirar por la boca, es muy importante e intrínseca a la práctica.
Fuente: BBC Mundo / Portal Salud