En octubre se conmemora el mes de prevención del cáncer de mama. Por eso, nos proponemos ahondar en la historia detrás de la creación de una invención que cada año salva millones de vidas: la mamografía.
Hoy por hoy, la mamografía es una de las herramientas más valiosas para la detección precoz del cáncer de mama, pero su historia se remonta a más de un siglo. El primer registro de una imagen mamaria con rayos X se realizó en 1913, cuando el médico alemán Albert Salomon analizó más de 3.000 piezas quirúrgicas para estudiar cómo el cáncer se extendía en el tejido mamario. Aunque su trabajo fue pionero, la técnica no se aplicó de inmediato en la práctica clínica.
Recién en la década de 1950, con los avances en radiología y equipamientos más precisos, la mamografía comenzó a utilizarse con fines diagnósticos. El radiólogo uruguayo Raúl Leborgne tuvo un papel fundamental: describió en 1951 las microcalcificaciones como signos tempranos de cáncer, un aporte decisivo para la detección precoz.
En los años 60 y 70, se desarrollaron equipos diseñados específicamente para examinar el tejido mamario, lo que mejoró notablemente la calidad de imagen y redujo la dosis de radiación. A partir de allí, los programas de tamizaje poblacional se expandieron por el mundo, reduciendo significativamente la mortalidad por cáncer de mama.
Hoy, la mamografía digital y la tomosíntesis (una especie de mamografía tridimensional) representan la evolución de esa historia: menos invasivas, más precisas y con mayor capacidad para detectar lesiones en etapas tempranas.