El debate entre usar agua caliente o fría para lavarse la cara está muy extendido, pero lo cierto es que es difícil llegar a una respuesta general. Porque la elección depende del tipo de piel y el objetivo deseado. Ambos tienen beneficios y desventajas, por lo que es esencial conocer sus efectos antes de incorporarlos a la rutina de cuidado facial.
El agua caliente ayuda a abrir los poros, facilitando la eliminación de suciedad, grasa y maquillaje. Es ideal para preparar la piel antes de una limpieza profunda o exfoliación. Sin embargo, su uso excesivo puede despojar a la piel de sus aceites naturales, dejándola seca y propensa a irritaciones, especialmente en pieles sensibles o secas.
El agua fría, por otro lado, tiene un efecto tonificante. Ayuda a cerrar los poros después de la limpieza, reduce la inflamación y puede aliviar la hinchazón, especialmente por las mañanas. Además, es más suave con la barrera natural de la piel, lo que la hace adecuada para pieles sensibles o propensas al enrojecimiento.
La temperatura ideal es el agua tibia, que combina lo mejor de ambos mundos: limpia eficazmente sin irritar. Después, se puede finalizar con un enjuague de agua fría para sellar los poros y revitalizar la piel.
