La enfermedad por virus Dengue (EVD) es una enfermedad febril, aguda, autolimitada y de evolución dinámica producida por el virus Dengue. Es una arbovirosis transmitida entre los seres humanos por los mosquitos del género Aedes, ocupando un lugar destacado entre las enfermedades virales transmitidas por artrópodos (arbovirosis) remergentes que afectan a los seres humanos. Su rápida expansión global constituye un problema de salud pública.
En América Latina, el dengue tiene un comportamiento endémico, con brotes recurrentes en casi todos los países excepto Chile y, hasta recientemente, Uruguay. Brasil sigue siendo el mayor emisor de casos importados, seguido de Paraguay. El vector principal es Aedes aegypti. El mosquito Aedes aegypti representa en la actualidad uno de los más graves e importantes problemas emergentes de naturaleza infecciosa que afecta a la salud humana, siendo el principal vector de los virus que causan el dengue, zika, chikunguya y otras enfermedades. Sus hábitos son antropofílicos, vinculados al ser humano y domésticos con criaderos en la vivienda y peridomicilio (jardines, construcciones anexas, patios, entre otros).
La severidad del dengue depende de la interacción entre el virus y la respuesta inmune del huésped. Con frecuencia una segunda infección puede desencadenar una respuesta exacerbada mediada por anticuerpos, promoviendo una liberación masiva de citoquinas y aumento de la permeabilidad vascular. Este fenómeno se relaciona con la forma grave de la enfermedad.
La clasificación actual de la EVD se basa en niveles de riesgo, habiendo 3 formas de presentación:
- Dengue sin signos de alarma
- Dengue con signos de alarma
- Dengue grave
Esta categorización permite decidir el lugar y rigor del seguimiento clínico. El estudio DENCO identificó síntomas como letargo, dolor abdominal y sangrado mucoso como los predictores más relevantes de evolución a formas graves. El hemograma no resultó ser un buen predictor por sí solo.
Desde el punto de vista clínico, el dengue atraviesa tres fases:
- Fase febril: fiebre alta, cefalea, mialgias, y petequias. Leucopenia y plaquetopenia son comunes. Dura entre 3 a 7 días.
- Fase crítica: coincide con el descenso de la fiebre. Puede aparecer extravasación plasmática, hipotensión, hemoconcentración y disfunción orgánica. Se deben identificar signos de alarma como somnolencia, dolor abdominal intenso y sangrado mucoso.
- Fase de recuperación: mejora clínica progresiva. Puede presentarse exantema y descamación cutánea.
El diagnóstico se realiza mediante detección viral directa (RT-PCR, antígeno NS1) en fase inicial, y por serología (IgM e IgG) en fases más avanzadas. La utilidad de estos métodos depende del momento de la enfermedad.
El tratamiento es sintomático. Se prioriza el reconocimiento precoz de signos de alarma para evitar la progresión al shock. En la fase febril, se indica hidratación oral y paracetamol. En la fase crítica, la reposición intravenosa de fluidos es la medida central. El uso de corticoides, inmunoglobulinas o plaquetas no ha demostrado eficacia.
Prevención
Afortunadamente la prevalencia de EVD grave es baja. La Organización Mundial de la Salud reportó un total de casos graves de 0.11% y 0.09% para 2014 y 20105 respectivamente. A pesar de esto la mortalidad de esos casos graves es alta con 59.8% y 54.9% para los mismos años.
El objetivo principal no es tratar los casos graves sino prevenir su aparición mediante el seguimiento clínico cercano. La educación del paciente y su entorno, el reconocimiento precoz de síntomas de alarma y una adecuada clasificación del riesgo son claves para reducir la mortalidad.
El control de vectores es la mejor estrategia de prevención, cuyo objetivo es mitigar la transmisión del virus a los humanos. Este control implica diversos mecanismos como medidas conductuales, el uso de componentes químicos en sitios de proliferación, adoptando estrategias de tratamiento focal, perifocal o espacial; así como el control biológico, que es el objetivo más reciente de la investigación científica y la innovación, principalmente debido a su naturaleza ecológica (la contaminación con hongos entomopatógenos en sus hábitats o el uso de mosquitos portadores de un gen letal dominante mediante biotecnología o el uso de machos esterilizados mediante irradiación).
Las medidas de protección personal son aquellas que deben difundirse ampliamente entre la población. Estas incluyen el uso de ropa que minimice la exposición y brinde protección contra la picadura del vector; el uso de repelentes tópicos; y la instalación de mosquiteros y estructuras de protección en el hogar. Remover el agua donde los mosquitos pueden depositar sus huevos, evitar el depósito de agua estancada y dar vuelta los recipientes que pueden recolectar agua son una estrategia fundamental para disminuir la población de mosquitos. Se recomienda además mantener el agua de piscina con circulación de agua y con cloro y despejar canaletas y sumideros para que el agua pueda circular.
Se recomienda el uso de repelentes para la prevención de contraer enfermedades transmitidas por mosquitos. Existe una gran variedad de repelentes que utilizan numerosos principios activos y presentaciones. La Agencia de Protección Ambiental de EE.UU. (EPA) tiene en su sitio web, una herramienta donde al completar la información requerida se puede determinar cuál es el repelente más adecuado para cada persona. Los aplicados en piel tienen como objetivo evitar la picadura de insectos, estos son los más útiles ya que permiten que la acción permanezca aunque la persona se mueva o desplace. Asimismo, se encuentran disponibles repelentes ambientales en forma de bastón, vaporizadores, espiral, líquido, papel o tabletas.
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