Los primeros cinco años de vida son claves para el neurodesarrollo y, en ese período, la exposición a pantallas puede impactar en lenguaje, sueño y autorregulación. El debate ya no es “sí o no”, sino cómo, cuánto y con quién usarlas para proteger el desarrollo infantil. Esta es una nota de la Dra. Laura Miranda, pediatra diplomada en Neurodesarrollo y directora de NeuroNova @neuronova.uy, para nuestra revista hermana Hola Salud.
Los primeros cinco años de vida, sumando el período de gestación, constituyen una ventana crítica para el neurodesarrollo. En este período se produce un rápido crecimiento y remodelado del sistema nervioso. Tiene inicio la adquisición de habilidades en lenguaje, funciones ejecutivas, autorregulación, motricidad y sueño.
En paralelo a este desarrollo, la exposición a pantallas (televisión, tablets, teléfonos, streaming y videojuegos) se ha vuelto parte del día a día, imponiendo una gran ventaja de la mano de los avances en telecomunicación o acceso a información sin límites a nivel global. Sin embargo, esos beneficios son menos claros si nos enfocamos en los más pequeños del hogar. El debate pasó de ser “pantallas sí o no” a “cuánto, cómo, cuándo y con quién”.
Un estudio publicado en una de las revistas científicas más relevantes, JAMA Pediatrics, con datos de una cohorte poblacional japonesa, halló que, a los 12 meses, más horas diarias de pantallas se asocia con retrasos a los dos y cuatro años, con repercusiones especialmente en comunicación y resolución de problemas. El riesgo fue mayor con más horas de exposición diaria. Otros análisis en la misma línea muestran que más tiempo de pantallas en los primeros dos años de vida, se asocia con peores resultados en pruebas del desarrollo a edades posteriores.
Impacto en el lenguaje y calidad de sueño
El lenguaje es particularmente sensible al entorno. Una publicación en la misma revista, en 2024, vincula mayor tiempo de pantallas con menos diálogo e intercambio entre adultos y niños, así como con menos vocalizaciones infantiles medidas objetivamente, un mecanismo plausible para explicar peores resultados lingüísticos. Además, revisiones sistemáticas recientes convergen en que el exceso de pantallas en los primeros dos a tres años se asocia con peor vocabulario y comprensión del lenguaje.
El efecto “televisor de fondo” tiene su precio: observaciones en el hogar publicadas recientemente mostraron que el televisor encendido, mientras la familia interactúa (por ejemplo, durante la cena), se asocia con menos y menor calidad de diálogo, con potencial impacto en capacidad de autorregulación y lenguaje.
El sueño de calidad es un pilar del neurodesarrollo. Está demostrado el beneficio de evitar el uso de pantallas antes de acostarse, tanto en niños como en adultos. Esto es porque las pantallas interfieren con la normal secreción de melatonina, una hormona necesaria para lograr un sueño reparador. Alineados con recomendaciones pediátricas de “pantallas fuera”, se sugiere evitarlas al menos 60 minutos antes de acostarse.
¿Todo es negativo?
La evidencia no es binaria. Algunas revisiones señalan que el contexto (covisionado, mediación y supervisión activa del adulto, contenido de alta calidad y videollamadas con familiares) puede atenuar riesgos e incluso ofrecer oportunidades específicas. Sin embargo, estos posibles beneficios no compensan los efectos de exposición pasiva, de larga duración o sustitutiva de juego activo y conversación cara a cara.
En síntesis, el patrón que emerge en la literatura, en los últimos años, es consistente: a mayor tiempo de pantallas en menores de cinco —especialmente cuando es pasivo, sin mediación y cercano a la hora de dormir—, peores resultados promedio en dominios de lenguaje, función ejecutiva y sueño. El efecto es más claro cuanto más precoz y prolongada es la exposición.
Implicancias clínicas y de salud pública
La Organización Mundial de la Salud (actualización 2020) recomienda para menores de cinco años limitar el tiempo sedentario frente a pantallas dentro de un enfoque de 24 horas que prioriza actividad física y sueño adecuados. Para menores de dos años desaconseja pantallas sedentarias; mientras que de dos a cuatro años se sugiere evitar excesos y privilegiar juego activo.
A su vez, es necesario considerar algunos factores que influyen en las consecuencias del uso de pantallas en menores:
- No todos los minutos pesan igual. El “cómo” (contenido, mediación, momento del día) y el “cuándo” (edad de inicio) son tan importantes, así como el “cuánto”. Exposición temprana (menor a 18–24 meses), pasiva y sin adulto mediador es la de mayor riesgo.
- Desigualdades y contexto familiar. En varios estudios, el entorno familiar (estrés, apoyos, normas del hogar) modera el impacto de las pantallas; el acompañamiento y la organización doméstica son factores protectores.
- El principio de sustitución. El riesgo aumenta cuando las pantallas reemplazan juego activo, lectura y sueño. Programar primero esas “tareas no negociables” reduce la fricción al limitar pantallas.
Recomendaciones prácticas para menores
1. Antes de los 18 meses: evitar pantallas, salvo videollamadas para sostener vínculos. Si se usan, que sean breves y con adulto facilitando la interacción (“mirá a la abuela”, “decile chau”).
2. Entre los 18–24 meses: si la familia decide introducir medios, que sea contenido de alta calidad como programas lentos y con lenguaje claro, siempre supervisado y con pausas para comentar lo visto (“¿qué pasó?”, “¿de qué color es?”).
3. Entre dos y cinco años: priorizar no más de una hora diaria de contenido educativo de calidad con adulto, evitando multitarea y publicidades. Evitar pantallas al menos 60–90 minutos antes de dormir. Mantener televisión y dispositivos apagados durante comidas y juego libre.
4. Diseño del hogar: pantallas fuera del dormitorio, televisores y consolas en áreas comunes. Desactivar reproducción automática, usar listas de reproducción breves y quitar notificaciones. Minimizar el televisor de fondo.
5. Modelo parental: los niños aprenden por imitación. Acordar “momentos sin pantallas” para adultos (por ejemplo, comidas, baño, lectura de cuento).
6. Alternativas que “ganan tiempo”: cajas de libros y rompecabezas a mano, música, juego sensoriomotor, salidas al aire libre. La actividad física diaria y el sueño adecuados son objetivos centrales del esquema “24 horas” de la OMS.
7. Señales de alerta para derivar: regresión o estancamiento del lenguaje, dificultades de sueño marcadas, conductas disruptivas intensas asociadas al retiro de pantallas, uso compulsivo o conflicto diario persistente. Evaluar desarrollo y, si corresponde, intervención temprana y apoyo parental.
Mensajes clave para las familias
- Cuanto más temprano y más tiempo de pantallas, mayor el riesgo de peores resultados en lenguaje y resolución de problemas en preescolares.
- El acompañamiento adulto y el contenido importan. Supervisar, conversar y elegir programas lentos y educativos mitiga riesgos, pero no reemplaza el juego activo y la conversación real.
- Mantener rutinas sin pantallas (comidas, juego, antes de dormir) y televisor de fondo apagado potencia el desarrollo. Elaborar un Plan Familiar de Medios alinea expectativas y reduce conflictos.

